Fueron varios cientos de personas las que se concentraron en la ciudad vieja de Jerusalén, que había permanecido casi desierta desde el comienzo de la pandemia y que vivió un nuevo Viernes Santo al acudir, fieles locales palestinos, religiosos de las comunidades católicas de Tierra Santa y residentes internacionales de la zona.
La procesión fue encabezada por un grupo de franciscanos, seguidos por cientos de fieles que pararon en cada una de las catorce estaciones de la Vía Dolorosa, donde oraron en diferentes idiomas.
Desde la iglesia de la Flagelación, que señala donde Cristo fue condenado, hasta la basílica del Santo Sepulcro, donde la tradición señala que fue crucificado, muerto y sepultado.